Alfredo Cifuentes Lozada
(1943-2004)
La noche, esa noche en que ocurrió, sucedió todo en un suspiro de nuestras vidas… creo que no vivíamos momentos así de unidos, desde las mesas redondas en el Refugio justo antes de que cualquier situación se saliera de control o cuando preferíamos escuchar un cuento antes de dormir, lleno de mil preguntas, que cambiaban, enriquecían y extendían la historia con cada interrupción.
Llegamos al sitio en cuanto pudimos; a ver el final, ese final que tal vez, ya antes estaba escrito. Personalmente, siento que sus llamadas esa noche, hacían parte del protocolo con el que tratan de redimir una pizca de humanidad, pero la realidad a la que huyen, esa realidad que se había vuelto una costumbre horrible, miserable en este país de mierda, donde a la corrupción, la falta de empatía y la monetización de la vida de las personas se les normaliza con el eufemismo del “Paseo de la Muerte”.
Y ahí estábamos, en ese momento final, y yo resistiéndome a creer que era cierto, aun sentía el calor un calor que se evaporaba hasta desvanecerse, quería escuchar un latido cuando mi oído se pozo en su pecho, los instantes posteriores los reconozco como el momento más triste, que hasta ahora haya vivido. Retornando el tiempo, unas horas antes, en nuestro último encuentro. Él sedado y yo con el corazón arrugado entre mis manos, intentando llenarme de la mayor serenidad y valor que pudiera para no llorar en frente de Él. Cuando nuestras manos se entrelazaron, un apretón con mucha fortaleza venia del Él y sentí que la vida iba volver. Antes de salir de allí y de tratar de dibujar algo de felicidad en medio de esta gran angustia. No lo aguante más y se lo dije, muy fuerte, con la esperanza y la fe de que el oírme trascendiera más allá de las altas concentraciones de medicamentos y me pudiera escuchar: ¡Te quiero mucho papi!
La sonrisa que nos unió en ese momento me confirmo que mi mensaje llego seguro a lo más profundo de su corazón y ese instante inconmensurable me llenó de esperanza. Y tan grande era mi ilusión que confundí el mensaje de ese gran apretón de manos y de esa sonrisa de felicidad, lo curioso es que unos meses antes había vivido algo similar a unos 400 Km de allí, cuando visité uno de los mejores amigos de mi papi; a Luis Bastos en la Clínica, a donde quien cada vez que pude visité mientras estuve en Bogotá y me ayudó con los retazos de sus relatos a encajar y construir la otra historia de Alfredo Cifuentes, ese joven aventurero, líder y trabajador social ‘ad honoren’.
Ese apretón de manos, esa fuerza, antaño descrita por Él mismo, como un instante de fortaleza, el impulso final para despedir la mente de este espacio. Tan confundido estaba, que a todo el mundo le dije que ya le veía otro semblante, fuerza, para salir de allí, para regresar a casa, aunque conociéndolo a Él nunca hubiera deseado volver así, de esa manera y aunque siento que el mundo le quedo debiendo muchísimo tiempo, también considero al apartarme del egoísmo, que el momento en que se fue a descansar se puede mimetizar perfectamente con uno de esos viajes, donde se sabe que todo está bien y a pesar del dolor, y de sentir que perdí a mi compañero de aventuras…, cuando pienso en cuanto tiempo ha pasado.
También recuerdo su legado, ese poquito de Él que dejó en mis siete hermanos, en mi mami; en cada miembro de la familia, en cada persona que conoció (curiosamente alguien muy cercano a mi esposa también me trajo una historia muy bonita) y ese sentimiento a penas lo puedo comparar con el reverdecer en el Cementerio Universal, con las cayenas, mariposas, iguanas, limonares, sarrapias, un cafetal lineal, los guanábano, y esos aguacates que nunca dejaron crecer los murciélagos o las zarigüeyas, el gran samán central que se alimentó de nuestros ancestros, las ceibas, pinos y guayabas que nos salvaron en los momentos más difíciles; matarratones, nazarenos con sus helicópteros morados y el lugar favorito, el árbol de mamón, en donde las historias se multiplicaron por miles y la luz se filtraba a través de las hojas, difractando los rayos de la luz y en donde a pesar de estar a menos de 30 metros de la ciudad, la serenidad y la sensación de paz era a la que ciertamente pertenecíamos.
Por su hijo Allán Cifuentes
Nombre común: Samán, Campano
Nombre científico: Albizia saman
Familia: Fabaceae
Altura: hasta los 20m
Distribución: Centro américa, Colombia y Venezuela.
GCS: —